Albert Rivera, vestido

En la campaña electoral catalana de 2010 les pregunté a los seis candidatos a presidir la Generalitat qué significaba la moda para cada uno de ellos. Me llamó especialmente la atención la respuesta del joven (y amabilísimo) líder de C’s: «La moda nos permite exteriorizar nuestra personalidad». Pues bien, 5 años después y para su salto a La Moncloa, eso mismo vamos a tratar de descubrir mediante su estética y su lenguaje corporal.

«No nos importa qué ropa vistes». Para ilustrar el eslogan del cartel de presentación de C’s a los comicios catalanes de 2006, un yogurín llamado Albert Rivera aceptó posar desnudo. Sin embargo, no tardó nada en empezar a importar lo que sí se vestía (por lo menos lo que él vestía). Fue uno de los primeros diputados en entrar al Parlament con jeans y en reconocer cierta animadversión hacia la corbata (aunque por aquello de parecer mayor y acatar las costumbres de antaño se acabara atando el nudo). Por aquel entonces, las americanas de terciopelo (pijo) y pana (progre) -siempre en terreno intermedio (el centro)- eran piezas clave en su armario. Informal y jovial, también se lo podía ver con cazadoras de cuero y suéteres de cuello alto. Pero conforme el partido ganaba fuerza, la estética de Naranjito fue cambiando: de los trajes de raso negro de la sección de inflamables (infumables) de Zara a los de Hugo Boss.

Regeneración. El secreto del éxito de C’s es haber acatado la estética ordinaria del bipartidismo pero presentarla como novedosa.  Con entallar el traje, hasta una americana azul Luis Aguilé se puede antojar de lo más vanguardista. Pero por ahora, a nadie le preocupa que las coderas de la Transición (parches para piezas deterioradas o rotas) sean hoy puros ornamentos en prendas recién estrenadas…

¿Con quién lo comparan? Existe la creencia generalizada de que Albert Rivera es «un hombre elegante que viste bien». Esta afirmación (que incluso suscriben alegremente revistas de moda de este país) se sostiene porque Rivera posee un buen físico (esculpido a brazada de natación), lo comparan con lo «mejorcito» de nuestra casa (Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias…) y él se lo cree (básico para interpretar cualquier papel en la vida). Si bien es de agradecer que un político español en la actualidad reconozca la importancia de su imagen para transmitir su mensaje y se cuide, el líder de C’s no sería en ningún caso paradigma de sofisticación (por Dios, que lleva los pañuelos de bolsillo de pecho cosidos de fábrica…). Para empezar, debería hacerse los trajes a medida (los de confección no le encajan en sus anchas espaldas y le embuten los brazos), aprender a hacerse el nudo, renunciar al pecholobo (¡sólo un botón!)…

Vestirse para la capital. Basta con pasear por el centro de Madrid y Barcelona para comprobar las divergencias estilísticas. Las mismas, o más, se dan entre el Parlament y el Congreso. A sabiendas, Rivera anda adaptándose a la caspa que parecen exigir unas generales en este país sin renunciar al arquetipo de ex alumno de ESADE que vende filosofía de Excel y Power Point. Esperanzada de que se resista a los botones dorados; por el momento, sorprendieron los pantalones burdeos a lo Marichalar en el Hotel Eurobuilding y los chinos de color camel (más intensos que los beige) en el Templo de Debod, combinados con blazers entallados azul marino.

Tomadura de pelo.  Tres soluciones para hacer frente a la calvicie: (1) Recortar el cabello proporcionalmente al grado de alopecia e ir manteniendo; (2) raparse; o (3) someterse a un injerto. Sin duda, la tercera opción es la más costosa y dolorosa. Además, necesita tiempo. Por eso, primero las entradas y luego la coronilla de Rivera se fueron poblando, poco a poco, de espesos mechones rizados. Pero pese a la evidencia, el gabinete de prensa de C’s prefirió atribuir el milagro capilar a unas «pastillas fortificantes». O intentaron tomarnos el pelo o la formación naranja lleva la receta del remedio en su programa y arrasará el próximo 20-D.

Su punto débil: el lenguaje corporal. Nadie pone en duda las habilidades discursivas de Albert Rivera. Sin embargo, aunque controle perfectamente el arte de la oratoria (palabra, tono, ritmo…), su talón de Aquiles es el lenguaje corporal (no es por alarmar pero el 93% del mensaje lo constituye la comunicación no verbal). Cuando la situación le incomoda o se pone nervioso, sus gestos lo delatan. Así pudo comprobarse en el famoso debate con el secretario general de Podemos. Pese a dominar el formato y mostrarse más ágil que un decaído Pablo Iglesias, el líder de C’s no paró de acariciarse, rascarse, tocarse los brazos, la cara, la nariz (ansiedad). También, el pasado 12-O, exaltado por el besamanos, se le escapó una palmadita al rey que Letzia condenó con su mirada («menos confianzas en público con mi marido»). Pero su imagen cuidada (que no acertada) y su agradecida empatía con el interlocutor (siempre procura buscar nexos de unión con el contrincante para llevarlo a su terreno) hacen que ni siquiera su eterno y más enigmático gesto haya sido percibido aún por ningún analista político…

El muro de las emociones. Si aún no se habían percatado, a partir de ahora les aseguro que no verán en él otro gesto. Cuando posa o reposa, inconscientemente, sus manos se colocan paralelamente a la altura del estómago (emociones) con las palmas hacia el interior (intimidad). A veces, las manos pueden estar más o menos juntas,  acariciarse un meñique, levantar levemente uno de los pulgares o dar la impresión de que se está colocando bien los puños de la camisa… Pero lo que crea es una especie de muro (protección, aislamiento) con todo lo que le rodea. Equivaldría, en refinado, al gesto que adoptan los niños cuando se retuercen las manos (inseguridad, vergüenza, miedo…). Hace unas semanas, cuando en una fotografía de El Mundo decapitaron a Inés Arrimadas y se centraron en su torso, Albert Rivera quiso mostrar su solidaridad con su compañera reproduciendo la instantánea. Pero mientras la hoy líder de la oposición catalana posaba con los brazos cruzados; Rivera fue fiel (no lo puede evitar) a su persistente gesto de apoyo. 

Mimetismo. Como líder de la formación, influye en sus seguidores. Si Arrimadas ha acabado imitando (de un modo más femenino) hasta el gesto típico de Rivera, con Jordi Cañas también parecían estar perfectamente sincronizados. Estilísticamente, todos los naranjitos (con mayor o menor gracia) pretenden imitar al jefe lo que permite que en mitad del aeropuerto de Bruselas identifiques a uno de sus parroquianos sólo por las pintas (un saludo para mi nuevo conocido y felicidades por el cargo).

 

150 150 Patrycia Centeno