La perfección no existe y, por eso, cuando alguien pretende hacernos creer que podría acercarse a ella, despierta desconfianzas y recelos. No sé si recordaréis la obsesión de Michelle Obama en cada entrevista concedida al llegar a la Casa Blanca por dar detalles mundanos sobre su marido (así conocimos que Barack Obama, como cualquier hombre, deja tirados los calcetines en el suelo). Esta información íntima y poco ortodoxa sobre el presidente de los EEUU servía para equilibrar la imagen de un ser extraordinario, casi un superhéroe, y, por lo tanto, irreal. Por eso, la permanente apariencia de hombre 10 ofrecida por Enrique Peña Nieto se antoja excesiva. Y obviamente, esta portada (imagen y titular) de la revista Time no ayudan a que el presidente de México resulte creíble. Además de la actitud altiva de Peña Nieto (que refuerza el tupé), el contrapicado de la fotografía agrava la sensación de lejanía. Salvo casos excepcionales, tanto los picados (empequeñecer) como los contrapicados (engrandecer) son poco recomendables para un posado político. Y es que aunque el contrapicado transmita poder, grandeza y seguridad, su uso abusivo por parte de los mayores dictadores de la historia lo ha condenado dentro de la comunicación política. Siempre es preferible posar de frente y que el candidato mire directamente al objetivo de la cámara para conseguir conectar con el observador.
PD. Gracias a José Vázquez por animarme a escribir sobre este asunto.