La mujer aguarda en primera fila su turno. Lo hace con las manos en posición de súplica. En el saludo, el Papa da preferencia a los niños (Dios mío, no sé cómo escribir esto para que no suene mal…). Los mayores simplemente lo admiran y como mucho se conforman con rozarlo mientras Francisco sostiene la mano de algún crío. De hecho, hay una monja que también lo toma por la manga. Mientras, la mujer en cuestión se entretiene santiguándose. Pero cuando ve que el Papa se da la vuelta y no sigue estrechando la mano de nadie más, la mujer pierde la fe y los papeles. No le basta con tocarlo sino que tira del brazo de un anciano de 83 años con las dos manos para que Bergoglio le preste atención y se detenga ante ella. El Papa intenta liberarse pero no puede, ella se lo impide. Uno de los seguratas intercede aunque de un modo muy sutil que no consigue detener el frenesí de la señora. Algunos de las personas presentes, al percatarse de la situación también toman a la mujer para que suelte a Francisco. El Santo Padre finalmente le pega en la mano y logra recuperar su extremidad. Eso sí, está cabreado. Muy cabreado… SEGUIR LEYENDO