A horas intempestivas -nada exagerado pero yo, como los niños o la Preysler, necesito nueve horas de sueño para ser- me entrevistaban esta noche y me preguntaban por el Rólex de Cándido Méndez. El presentador explicaba a sus oyentes que los representantes del sindicato no habían querido entrar en antena por considerar que «tenían cosas mucho más importantes que hacer». «!Qué gran verdad!», consideré yo. Con cinco millones de parados habría que ser muy desgraciado para acicalarse por las mañanas (todos sabrán que si dedicas tres minutos a peinarte, pierdes toda capacidad para desarrollar cualquier trabajo intelectual o físico). Así que, por favor, UGT y CCOO urjan a hacer algo por los trabajadores antes de que la masacre ya no tenga remedio. Salir a protestar cuando la reforma laboral ya está aprobada, verán que no soluciona nada. Por eso, corran. Dejen el solomillo en el plato, el vino en la copa y el peluco en casa. Salgan desnudos a la calle y acaben con este despotismo mediocre que nos atosiga. Y, por favor, no insistan enviando a colegas que aseguran que los Rólex no son Rólex, como si el ser una copia pudiera tener justificación. Oiga, Fidel Castro los llevaba a pares (originales, por supuesto. Se puede ser un dictador y tener clase). Mª Teresa Fernández de la Vega también niega haber pasado por el quirófano. Sepan entonces, queridos míos, que la palabra siempre es más engañosa que la imagen.