Santiago Carrillo

Su sensibilidad estética era evidente. Fluía con naturalidad. Porque, paradójicamente, sabía que podía permitirse transgredir las reglas -incluso ceñirse un traje de raya diplomática y ajustarse el nudo de la corbata como Dios manda- sin poner en cuestión nada fundamental, léase su compromiso comunista. Político de otras épocas -quizá más violentas pero más sinceras y ricas, menos cancerígenas-, Santiago Carrillo se vestía como antaño: con tejidos nobles (auténticos), capaces de soportar los vaivenes de la vida, caducidades y las tendencias estéticas más ridículas. Cómplice del eurocomunismo, junto a Berlingue y Marchais defendieron que la derecha no tenía la exclusividad de la elegancia. Hoy los medios recordarán la peluca, diseñada por el peluquero de Picasso, con la que cruzó la frontera en 1976. Sin embargo, para mí, su prenda más especial será siempre el abrigo camel de cachemira que lucía en celebraciones de Estado. Ese vestir capaz de demostrar, por comparación y sin ni siquiera hablar, la mediocridad en la que nos iba a dejar envueltos. Descanse en paz.

 

150 150 Patrycia Centeno