Ironía y sarcasmo Los sofistas consideraban que la ironía y el sarcasmo eran la forma más elevada de inteligencia. Quizá por ello, los cavernícolas que aún campean a sus anchas por la geografía española (e incluyo aquí la catalana) no hayan entendido el mensaje emitido por Anna Gabriel la semana pasada: “Sóc una puta, traidora, amargada i malfollada”. Y es que para leer entre líneas o disfrutar de un buen guión de Woody Allen, no es que se precise un nivel cultural alto, pero sí se requiere, como mínimo, dos neuronas (una para recibir el mensaje y otra para descifrarlo).
Puta Hay dos modos de prostituirse. Una es vender el cuerpo y la otra, la más habitual en un sistema capitalista o comunista, es vender el alma (la conciencia). Dicho esto, y siempre que sea voluntario, la primera opción no se antoja tan terrible. Sin embargo, a lo largo de la historia, socialmente no se nos ha ocurrido mejor manera de descalificar a una mujer que tachándola de “puta” (zorra, guarra…). Y para recibir el insulto, no importa si la fémina es de derechas o de izquierdas; si tiene posibles o se muere de hambre; si es creyente o atea; si es feminista radical o liberal; si viste según las costumbres impuestas en ese momento o apuesta por indumentarias alternativas… Da igual. Cualquier mujer está condenada a que alguna vez en su vida la llamen “puta”, ya sea directamente o de rebote (“eres un hijo de puta”). Así que vale: todas somos putas y todos sois putos por ser hijos de puta.
De Louise Brooks a las nekanes… En 1920, una famosísima actriz estadounidense puso de moda un corte de pelo que las mujeres parisinas habían adoptado, por comodidad, para ocupar los trabajos que los hombres abandonaron para luchar durante la Primera Guerra Mundial. Aquel peinado, corto y con un marcado flequillo, se convirtió en un símbolo de la liberación y la independencia femenina tanto para la transgresión de las garçonnes (mujeres travestidas que defendían la igualdad de la mujer con un atuendo masculino a lo Marlene Dietrich) como para la de las flappers (estas decidieron reivindicar el cuerpo femenino deshaciéndose del corsé, las faldas largas y empezaron a utilizar grandes cantidades de maquillaje y bisutería, prácticas que por entonces estaban reservadas a las prostitutas). Por supuesto, para los más conservadores de la época sólo se trataba de una muestra más de la depravación que vivía la sociedad… Un siglo después (¡¡¡¡100 años!!!!!),resulta inquietante (escandaloso, ridículo, patético…) que todavía existan individuos como usted atemorizados por aquel característico look capilar. Y me alegra muchísimo ser yo la que le descubra que esa misma animadversión por este peinado en particular -hoy llamadas “flequis” o “nekanes” (lolitas en vasco)- también la sentía y penalizaba la Rusia estalinista… Ya lo dicen, los extremos radicales (ya sean de derechas o izquierdas) son igual de antirrevolucionarios.
Harapos propagandísticos Podríamos llegar a discutir lo de si las camisetas de la CUP son “propagandísticas” o “reivindicativas”, pero afirmar que Anna Gabriel se viste con harapos (ropa o trozo de tela roto, sucio y muy gastado) es de un desconocimiento brutal. Tanto las camisetas como las sudaderas y las parcas que luce son de excelente calidad. Pese a su estilo informal, la inversión que Gabriel hace en su atavío -a diferencia de otros que se dicen de izquierdas- es importante para ser coherente y fiel a sus principios ecosocialistas (hasta la fecha, todas las firmas de ropa que ha vestido cumplen con los requisitos éticos de sostenibilidad medioambiental y defensa de los derechos del trabajador textil).
Las apariencias NO engañan “Nuestra manera de vestir es una señal inequívoca de nuestra personalidad”, asegura en la introducción de su editorial. Y no es que no se deba juzgar por las apariencias; es que, como en todo, hay que saber (disponer de las herramientas y conocimientos adecuados) para no errar en la sentencia. Porque qué atrevida es la ignorancia… El uniforme de Gabriel y de algunas mujeres de la izquierda puede incomodar y provocar a sus adversarios pero es una estética consciente (lo hacen con intención) y, por lo tanto, resulta coherente (efectiva). Pero usted que se define como falangista, sepa que hasta a su admirado Jose Antonio Primo de Rivera se le caería la cara de vergüenza de ver las “fachas” con las que se presenta. Conocedor de la importancia de la imagen, Primo de Rivera descartó el negro de los fascistas italianos de Mussolini y se decantó por el azul mahón ya que “recordaba el atavío de los obreros industriales”. En ese intento por acercarse a la clase trabajadora, el líder de Falange Española también estipuló que las mangas de la camisa se llevarían “arremangadas y el cuello abierto sin corbata”. Cuando se conoce el uniforme original falangista, se comprende que el que se utilizó durante la dictadura franquista (el de las JONS, con la boina roja carlista y la corbata negra) distaba significativamente del original. Fue a raíz de esta “customización” en su vestuario, perpetrada por Franco, cuando los mismos falangistas empezaron a distinguir entre “camisas viejas” (afiliados antes del 18 de julio de 1936) y “camisas nuevas” (llegados tras el golpe de Estado y la implantación de la dictadura y, por tanto, sospechosos de oportunismo político). Colóquese ideológica y estéticamente dónde le convenga; pero por favor, no se atreva ni siquiera a insinuar que su estilo rancio y zarrapastroso es clásico porque usted está exento completamente de la cultura, sensibilidad y elegancia que se precisa para ello. Aún así, reconozco que su imagen casposa casa estupendamente con una mentalidad enfermiza y misógina. Ya ve, en algo le acabo dando la razón: las apariencias NO engañan.