Últimamente peco de romántica y entusiasta, lo sé. Esta vez quise convencerme de que se nos presentaba una oportunidad única para hacer las cosas de un modo distinto, diferente. Hoy, toda esa emoción e ilusión parece que se ha volatilizado. O por lo menos, algunos nos mostramos reticentes en eso de creer y exponer nuestros sentimientos para que no vuelvan a defraudarnos y dañarnos. El espectáculo de estas últimas semanas ha sido bochornoso. Estéticamente así lo vi: Un vicepresidente con media camisa por fuera del pantalón; diputados corriendo y dando saltitos por los pasillos del Parlament; otros paseando relajadamente con los brazos detrás de la espalda y el jersey echado al hombro como quien sale un domingo a media tarde a darse un garbeo; colegas/compañeros pegándole collejas al President de la Generalitat, una portada de presupuestos posiblemente diseñada por un alumno de primaria… ¿Y aún les extraña que cunda el desánimo? Això es can Pixa! La falta de seriedad en la presencia y actitud transmite incapacidad de gestión. Por favor, por el bien de todos, no lo permitan. Sin decir ni mu, empiecen a demostrar un mínimo de respeto por Catalunya, sus gentes y sus instituciones. Será en ese momento cuando ustedes sean de nuevo dignos de respeto.
Respeto Les recuerdo que cuando pisan el Parlament no sólo se representan a ustedes mismos, personalizan a todo el pueblo de Catalunya. La responsabilidad, por lo tanto, es enorme. Su cometido es que con sus actuaciones, decisiones y presencia nos y se honren. Soy consciente de que entretenerse en buscar un estilismo con el que sentirse mejor e identificarse (emociones, pensamientos y esperanzas que nos inundan durante el día o la vida) se antoja desde hace unos treinta años como un lujo egocéntrico. El acto de amor (respeto) que conlleva el hecho de cuidar los sayales (sean ostentosos, humildes o excéntricos) que nos echamos encima de la única propiedad física con la que nacemos se ve que ya no lo valora casi nadie. Aún así, comprobar tanta desidia estética en el Parlament no sólo me provoca estupor por la ofensa (falta de respeto, de amor) a la institución y al país (a los demás); me causa pena, preocupación y asco por la falta de autoestima, motivación y dignidad que se aprecia en los que nos conducen (ustedes mismos).
Fiel reflejo de la sUciedad. Intentan convencerme de que esta batalla -la de exigir sensibilidad estética (el reflejo externo de una coherencia ética, moral e intelectual) en los cargos públicos- es banal. «Nuestra dejadez estilística es un reflejo de la sociedad que representamos», me repiten con cierta sorna. Pero la degradación educativa y cultural que sufrimos actualmente no debería ser excusa para nuestros gobernantes. Un líder debe dar ejemplo. Debe proponer, indicar y señalar un camino de mejora, no camuflarse y acomodarse entre la mediocridad.
CUPable Desde hace días recibo mensajes retándome a que culpabilice de esta negligencia estilística que nos amenaza a la CUP. No lo voy a hacer porque no es cierto ni es así de simple la cosa. Si bien, reconozco que ha llegado un momento en que es difícil, incluso para mí, seguir defendiendo la coherencia de los cupaires. Sonará a broma pero no lo es y sé que algunos entenderán perfectamente la siguiente reflexión: la CUP cada vez es menos cuqui y los cuquis que no han sido seducidos (aducidos, convencidos) por el nuevo canon de belleza dictado por el Politburó no se atreven a alzar la voz (léase, revelarse contra el nuevo pero ya caduco uniforme de dejadez impuesto: camiseta pancarta y jeans). Porque es sospechoso que en una formación tan plural y rica impere un único estilo. El tema no es baladí: la defensa de la uniformidad (estética e ideológica) anula (mata) los valores de la izquierda y la democracia. Las t-shirts de David Fernàndez fueron una revolución estilística: consciente y coherente. Pero hoy apostar exclusivamente por esa tendencia es tan carca como las feas corbatas de cuadros que se atan los #convergentlovers. El objetivo (llamar la atención, comunicación de guerrilla) ya ha perdido fuelle: visualmente ya no impresiona, aburre y cansa. Para que nos entendamos, «la moda pasa de moda». Así que si quieren impresionar, progresar, concienciar, revolucionar o asustar a alguien deben ser un poco más arriesgados (valientes) con sus elecciones. Más que asistir a un pleno del ayuntamiento en bañador, atrévanse a defender una falda de caballero (¿hay huevos?). Más que llevar medio cuerpo tatuado, ¿por qué no utilizan maquillaje masculino y se pintan los ojos como los piratas o los bereberes? Más que insistir en que las mujeres podamos vestir como los hombres (feministas del mundo, mensaje captado y superado), ¿qué tal si defendemos también otros patrones femeninos? ¿Qué, hay ovarios? Hoy por hoy, el desarreglo ya no es subversivo (si es que alguna vez, con excepción de las guerras, lo fue). Acudir al Parlament vestidos como cuando tenían 15 años sólo confirma un grado de inmadurez estética supina. Se llama complejo de Peter Pan. Para más información consulten a sus terapeutas.
Algo mejor No mal interpreten ni utilicen esta reprimenda a su antojo electoralista (no salvaría a más de cinco de los 135 diputados que se sientan en el Parlament). El problema aquí no es que se vistan con camiseta o con corbata. La sugerencia es que dentro de sus posibles y de su estilo, en lo que ustedes crean (modelo alternativo o clásico), lo hagan de la mejor manera posible. Vaya, que se aprecie un cierto esfuerzo en representarnos y en representarse. «La gente nunca había lucido tan fea como ahora. Simplemente consumen demasiado. Estoy hablando de toda esa basura desechable… lo que estoy diciendo es que compren menos, elijan mejor. No se limiten a chupar ropa, porque todo el mundo se ve como clones. No solo coman McDonalds, consigan algo mejor. Coman ensalada. Eso es la moda: algo un poco mejor”, defiende Vivienne Westwood, creadora de la estética punk e impulsora de los Sex Pistols. Sinceramente, creo que este pequeño pero gran país se merece algo mucho mejor. Deseo que ustedes también así lo convengan.