El presidente y la primera dama de los EE.UU cumplieron las expectativas con su atuendo. Pese a todo, las sonrisas y el color blanco no pegan con el vicio adquirido por Michelle Obama de estirar la mandíbula en cuanto algo u alguien la intimidan. Habrá que solucionarlo.
“Soy el afortunado que acude al baile con mi mujer”. Con estas palabras el 44 Presidente de los EE.UU piropeó por primera vez en la noche (se entiende, en público) a su mujer Michelle Obama. De gala, ataviado con una pajarita blanca y el mismo sastre que siempre le acompaña -confeccionado por su modisto de toda la vida-, Barack Obama fue el rey perfecto para la primera dama de los EE.UU. Y fuera porque todo ya había pasado o porque la ocasión lo requería, Michelle Obama se mostró espléndida como pocas veces –aunque muchos opinen lo contrario- lo ha hecho. Y así, contagiados por una sonrisa permanente, la pareja acudió a algunas de las celebraciones que se habían preparado como fin de fiesta a la jornada de investidura.
Otra vez, la primera dama fue el centro de las miradas (sobre todo las de su marido, que ayer parecía haberla descubierto de nuevo). Estilizada con un largo vestido blanco adornado con flores de organza y cristales, de un solo tirante y con una pequeña (suficiente para incordiar tanto a su marido como a ella durante el baile) cola, Michelle hizo las delicias de los fotógrafos presentes. La primera dama escogió así un diseño del taiwanés Jason Wu de 26 años, uno de los diez finalistas de la última edición de los prestigiosos premios que concede la CFDA -la Asociación de Diseñadores de Moda de EE.UU.
Al ritmo de la balada At Last, interpretada por Beyoncé, el rey y la reina del baile acertaron totalmente con sus estilismos.
Por cierto, el vicio adquirido por la primera dama de estirar su mandíbula cuando está nerviosa no le pega con el atuendo. El ritmo en las rodillas del nuevo presidente es encantador. Se nota que no es un blanco soso más.