Ayer el presidente del gobierno español se paseaba por la carpa instalada con motivo de las celebraciones del aniversario de la Constitución frotándose las manos para intentar entrar en calor. Desde que los asesores de Mariano Rajoy lo convencieron de que un mandatario con abrigo se sugiere débil, el pobre tiene todos los números para pillar una pulmonía. Jamás se me olvidará aquella escena de Angela Merkel hace un año en Berlín, tapada hasta las cejas, intentando convencer a Rajoy para que se pusiera algo encima del traje y no muriera congelado. Al admirar hoy las imágenes del encendido del árbol de Navidad por parte de la familia Obama, he pensado que quizá el ejemplo de su homólogo estadounidense -con abrigo oscuro largo de cachemir, bufanda granate y guantes de cuero negros- le sirva para reconsiderar sus atuendos de invierno. Más que nada porque, con la situación actual de la sanidad pública, no está el patio para que nadie se permita el lujo de enfermar.