«Yo no soy Chávez», insiste el corpulento ex chófer de autobús de 1,90 metros de estatura y espeso bigote. Y tiene razón Nicolás Maduro. Porque aunque el candidato del socialismo bolivariano intenta parecerse al presidente fallecido -baila, salta y chilla ante sus seguidores-, Chávez es inimitable. Por eso, ni la boina, ni la camisa roja cumplen su cometido. Tampoco, la corbata escarlata combinada con traje negro y camisa blanca que utilizaba el comandante en sus días formales le sirve. Y Maduro, que aún anda algo verde en campañas electorales, se refugia en el chandalismo tricolor que le recomiendan los asesores para ganar unas elecciones que ya están ganadas de antemano por el espectro de Chávez y unas cuantas razones más. Pero el chándal en la izquierda, más que para ir a practicar deporte como hacían los pijos en los 70 o ir a comprar el pan como hacen los horteras, sólo se dispone cuando uno está tocado y gravemente enfermo. Pregúntenle a Fidel Castro por el Adidas (Nike, Puma…). «Prescripción médica» , les dirá. Así que, en principio, la prenda de táctel tricolor y la gorra de béisbol a juego no creo que le favorezca lo más mínimo. A no ser, claro, que al líder de la oposición el estilismo le siente peor. (En serio, ¿qué hace Henrique Capriles imitando el estilismo chavista?).
Sin embargo, en algo sí que se asemeja Maduro a Chávez. Dice que odia a los ricos y el lujo pero no se quita el peluco valorado en 1.025$ de la firma Tissot; se declara antiestadounidense y se calza unos calcetines de ejecutivo con motitas de colores de Tommy Hilfiger… Ahi, en la incoherencia ideoestética, sí borda el papel.