La seriedad y la seguridad exigida en política impiden que las lágrimas se deslicen por las mejillas de quienes gobiernan el mundo. Como excepción, recuerdo las del rey Juan Carlos durante el funeral de su padre y las de la reina en el funeral por el 11-M. Pero las reglas se rompen de nuevo cuando se habla de Barack Obama; él llora y además, eso le aporta más fuerza.
Las lágrimas corrían por sus mejillas, la emoción superó al presidente de los EE.UU. Obama asistió ayer al funeral de la defensora de los derechos civiles americanos, Dorothy Height. El presidente de los EE.UU. estaba llorando abiertamente mientras observaba el féretro de Height en Washington, quien fuera bandera de la libertad y la igualdad entre géneros, clases y razas.
Si ante cualquier otro político (política), las lágrimas podrían haberse antojado como signo de debilidad, en Barack Obama se asomaron como sinceras y fuertes. Pues quien es capaz de romper los prejuicios establecidos durante siglos, debe ser un valiente totalmente capacitado para dirigir a un país