Bob Pop confesó esta semana en Late Motiv que cuando algún individuo o temática lo incomoda decide travestirlo. Así, en vez de referirse a «el 155», habló de «la 155″. He procurado seguir la recomendación, pero como analista del lenguaje corporal se me hace imposible. El 155 es macho, el típico machito ibérico español tardofranquista. Y no importa si quien lo justifica es una mujer: la representación gestual del 155 supura testosterona.
Fue evidente la bravuconearía con la que Soraya Sáenz de Santamaría (S3) salió ayer por la tarde a defender el 155 en el Senado. Quizá, la afonía -no se sabe si de taberna o por tanto gritar el “a por ellos»- facilitaba visualizar esa arrogancia tan característica en la vicepresidenta cuando se enfrenta al adversario. Porque gestualmente intentó estar contenida (las manos ancladas en el atril para evitar tentaciones, pero los brazos separados para expandir su espalda y presencia). Todo se concentró entonces en su rostro: altivez (levantar barbilla=soy superior a ti), mirada desafiante (ojos dilatados=te tengo ganas) y exhibición innecesaria de los dientes (ataque inminente). Aunque lo más llamativo fue cuando se relamió al imaginar el hecho de que Puigdemont hubiera acudido finalmente a la cámara alta (menos mal que el president no lo hizo, lo hubieran devorado). SEGUIR LEYENDO