Antes de que le suceda lo que le ocurrió a Matt Damon en Destino Oculto (que decenas de asesores le decidan hasta el color de los gayumbos que use), hablemos del auténtico Paul Ryan. Hace unos días leía en algún diario español un artículo en el que se describía al Sarah Palin de estas elecciones estadounidenses como un tipo «atractivo y elegante». Me quedé alucinada porque no coincidía para nada con lo que yo misma había estado observando el día de su presentación (buenísimo como le falló el subconsciente a Romney que lo anunció como «el próximo presidente de los EEUU»). Su estilo, más que sofisticado, me recordaba al de Tom Hanks en Big. Y es que algunos hombres siguen considerando que el hecho de enfundarse un traje de una talla mayor los hace más machos, cuando si se observaran comprenderían rápidamente que el efecto es justamente el contrario: parece como si el niño se acabara de disfrazar con las ropas de su padre. Pero además de un buen sastre para confeccionarle los trajes, una de las pifias estéticas que más han molestado de Ryan es la punta cuadrada de su zapato (mocasín de suela de goma… Arghhh). Según los expertos en moda, es uno de los peores fallos que puede cometer un hombre. Esto se debe a que además de deformar el pie, acorta la silueta (la punta alargada, estiliza). De todos modos, algunos analistas sostienen que la mediocridad indumentaria de Ryan (dejadez) es una estrategia para ganarse la simpatía del hombre medio americano (no todos allí son Barack Obama). Así, el efecto Ryan pretendería disimular la excesiva perfección y rectitud del candidato republicano. En mi opinión, dentro de dos semanas, hablaremos de su cambio de imagen.