La maldita camiseta

El viernes acompañé a un amigo a comprar la camiseta de la Diada. Al llegar a la paradeta, tomé la prenda que estaba en exposición y giré la etiqueta (lo de leer la letra pequeña es recomendable con cualquier producto aunque no provenga necesariamente de un banco). No era orgánico, pero me alivió el 100% algodón. Sin embargo, al bajar la mirada descubrí el temido “made in Bangladesh”. Mi amigo captó mi rostro de estupefacción: “Què passa, Patry?” Solté la tela y le supliqué que, por favor, no se la quedara. “Puedes ponerte cualquier otra ropa blanca y funcionará igual”, propuse. El hombre que nos estaba atendiendo miró a mi acompañante tratando de comprender por qué un acto tan simple y habitual en el siglo XXI —consumir— nos estaba costando horrores. “La meva amiga diu que no l’agafi perquè està feta a Bangladesh”, le explicó. Y entonces el vendedor soltó la justificación que menos necesitaba oír en ese momento y que fue el colofón de mi supremo cabreo: “Nena, així surt més barata”.

Ocupé el resto de la tarde intentando hallar alguna otra razón, que no fuera la económica, por la que los organizadores de una manifestación a favor de la independencia de Catalunya (reivindicación de nuestra cultura, costumbres, instituciones, economía, creatividad…) no se habían decantado por alguna de las empresas ecoéticas (comprometidas con el medio ambiente y el respeto por los derechos de los trabajadores) instaladas en els Països Catalans (KM0) o en cualquier otro lugar del mundo en el que la explotación laboral no sea tan feaciente como lo es en Dacca… Ignorancia. Ignoran que la ropa low cost tiene fashion victims reales. Ignoran que exigir un nou país con una camiseta fabricada en Bangladesh (aunque la distribuidora sea catalana) es una incoherencia ideoestética que debilita los valores de respeto, empatía, justicia, libertad y solidaridad que siempre nos han caracterizado como pueblo. Ignoran que las camisetas (y más un básico como son las blancas) ya están hechas y que no es preciso fabricar bajo comanda. Ignoran que aunque en la web de la empresa belga con la que trabaja la distribuidora catalana ponga que utilizan “algodón orgánico”, si en la etiqueta de la prenda sólo pone “cotton 100%” es porque en esa prenda en concreto no se ha utilizado algodón orgánico (calculen, señores, una camiseta orgánica no cuesta 15 euros (cuesta, como mínimo, el doble). A la ANC le habrá costado 7€ aprox. La distribuidora se habrá quedado 2 y la empresa belga 3. ¿El transporte, 1€? ¿¿¿¿Y el trabajador?????? Ah, y no hemos descontado el rotulador que venía en el pack, ni la serigrafía…). Ignoran que las muertes en Bangladesh se dan en los talleres, no en los cultivos de algodón ecológico. Ignoran que hay personas que apoyan a la ANC pero que son sensibles a este tema; y que si tan seguros están del producto que han adquirido y vendido podían haber colocado una etiqueta en cada prenda presumiendo de valores éticos pese al «Bangladesh» (venga, os facilito más el trabajo de comunicación, basta con una nota de prensa informando sobre la cuestión). Ignoran que si el sector textil catalán les pone dificultades para faciltarles 500 mil camisetas, podrían formar una cooperativa con parados de larga duración o en riesgo de exclusión social para que crearan estas camisetas. Ignoran que en vez de una t-shirt (prenda de origen estadounidense), podríamos abanderarnos con uno de los calzados más sofisticados y que mejor nos identifican como es la espardenya artesanal. El mensaje del zapato de esparto con betas, además de un merecido homenaje al cartel de Pere Català, sería brutal y contundente: l’empremta d’un exèrcit de pau, un pas decidit i valent cap a la República catalana.         

Al día siguiente, un wasap de voz me despertó temprano: “Incendi a una fàbrica tèxtil de Bangladesh: de moment, 20 morts i més de 50 ferits   Gràcies per no permetre que comprés la samarreta”. Tras horas debatiéndome entre colgar o no un tuit de advertencia al respecto — intuyendo el linchamiento de algunos (los que no entienden que la crítica también sirve para mejorar, y serían capaces de defender hasta el “Qatar” en la camiseta del Barça) y la demagogia de otros (los que no se han preocupado en su puta vida de dónde está fabricada la ropa que consumen, pero que cualquier excusa es válida para atacar a los catalanes)—, llegué a la conclusión más cobarde: “¿Para qué?” ¿Sirvió de algo cuando señalaste a Pablo Iglesias por jactarse de vestir de Alcampo (Auchán) justo un año después de que 1.138 personas murieran sepultadas en una fábrica de Dacca mientras producían prendas para Indtitex, Mango, Corte Inglés, Carrefour y Auchán? ¿De qué sirve recordarle a algunos líderes de ERC y CUP que “Quechua” (más allá del exotismo del nombre de esta marca de Decathlon) tiene tantas garantías ecoéticas como cualquier producto de Zara? ¿De qué servirá hoy este post? Calla, no se te ocurra decir ni mu. #jaushofareu

PD. En los JJ.OO de 2012, la Casa Blanca tuvo que salir a dar explicaciones sobre por qué los uniformes que había diseñado Ralph Lauren habían sido confeccionados en China. La prensa y la opinión pública no demandaban la autarquía, sólo querían saber la estúpida razón (ahorrarse 5 euros de cada uniforme) por la que un símbolo que los iba a representar durante unas horas como país llevaba una etiqueta “made in China”.

Y quien no lo quiera entender, poco puedo hacer yo más. 

150 150 Patrycia Centeno