En 1982, Gabriel García Márquez no vistió frac para recoger un merecidísimo Premio Nobel de Literatura. Aquel día Gabo, no sin provocar una gran polémica por saltarse el protocolo estipulado, decidió enseñarle a una sociedad excesivamente conformista que cualquier pequeña revuelta, por insignificante que fuera (como es vestir un bello liqui-liqui blanco), significaba una potente oportunidad para cambiar el mundo. “Con tal de no ponerme el frac soy capaz de aguantarme el frío. Aceptan que los hindúes vayan con su traje nacional y yo estoy dispuesto a demostrar que la guayabera es el traje nacional del caribe y que tengo derecho a ir así”, explicó el escritor. Aquella revolución estética sembró un cambio indumentario en los políticos latinoamericanos de izquierdas. El primero, por supuesto, en apuntarse a la reivindicación estilística de García Márquez fue su gran amigo Fidel Castro abanderándose a la guayabera -tal y como relato en el capítulo titulado «Folclore ilustrado» de mi segundo libro, Espejo de Marx-. También, recién salido de su paso por la cárcel tras el golpe de estado fallido, Hugo Chávez imitó durante unos años al colombiano más ilustre con una colección de liqui-liquis en diferentes colores. Más tarde, la tendencia se extendería a Bolivia con la chompa de Evo Morales o a Ecuador con la camisa de Rafael Correa. Y ahí, la influencia de Gabo en la indumentaria política: lejos de modas, dignificar la cultura y tradiciones de un pueblo.