En 1930, tras su estancia en la URSS, la revista Imatges captó a Andreu Nin mientras su sastre le tomaba las medidas. Para los más reticentes camaradas el traje solo significaba una estrategia más para penetrar en el sistema conservador y obsoleto y después cambiarlo. Pero para muchos también fue una forma de demostrar al poderoso que no eran menos que nadie, y de ahí el esmero en su apariencia. Antaño, la izquierda tenía claro que no liba a contribuir a concederle más poder (ni siquiera estilístico) a las clases altas.
Espejo de Marx, ¿la izquierda no puede vestir bien?
(Península, 2013)