El Quijote del verde olivo

«Prefiero el viejo reloj, los viejos espejuelos, las viejas botas y en política, todo lo nuevo»,
Fidel Castro

BSO Y en eso llegó Fidel por Carlos de la Puebla

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Convino Miguel de Cervantes sobre el Caballero de la Triste Figura que era un “hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva…”. Pero aunque física e inventivamente se antojen algunas similitudes, el que había de reencarnarse en el Quijote del siglo XX, para batallar con rascacielos en vez de molinos de viento, vistió hasta hace poco una armadura de verde olivo. El uniforme de Fidel Castro era completo: visera, charreteras de rombo rojo y negro en los hombros y los cordones de las botas bien prietos. Los más jóvenes ni se acuerdan ya de tan eficaz coraza —-me da a mí ESO, por experiencia educativa, que quizá ni sepan quién fue ese anciano… Y es que lo raro ahora y lo que acontecía noticia era que el eterno guerrillero volviera a vestirse de militar y no de patria o estadista chandalero de andar por casa.

Al igual que la decisión de delegar todos sus poderes en su hermano Raúl, la blandura de su actual estilismo se impuso a causa de la enfermedad intestinal que le afectaba desde 2006. Es decir, el chandal tricolor con la bandera cubana le llegó al comandante por prescripción facultativa. Porque si bien como mozo siempre le había agradado practicar deporte —baloncesto, fútbol o béisbol—, la comodidad de la ropa elástica frente a la rigidez de la militar la descubrió ya en el atardecer de la vida. Pero no por eso, el hallazgo ha sido menos provechoso. Desde entonces, distintos modelos y tonalidades del traje táctel conjuntaban con acordes camisas de cuadros. Ataviado de esta guisa (y con algún otro accesorio complementario: bastón, sombrero de paja guajiro), periódicamente se distribuían fotografías del viejo con el objeto de desmentir los insistentes rumores sobre su fallecimiento. Pero lo que hoy era su vestimenta habitual, en su día se descubrió como una nueva revolución por parte del líder cubano. Y no por el diseño en sí, sino por echar mano de marcas capitalistas como Adidas, Puma, Fila o Nike (firma esta última que en teoría seguía prohibida en la Isla a causa del embargo comercial impuesto hace más de medio siglo por EEUU).

Pero Castro, que desde el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 se había mantenido fiel a la guerrera, ya había sorprendido mucho antes al mundo entero con puntuales variaciones en su indumentaria. Bien aconsejado por Gabriel García Márquez, la primera vez que se desarmó del atavío militar lo hizo para acudir con una preciosa guayabera de lino a la Cumbre Iberoamericana de 1994 en Cartagena de Indias. Su atuendo acabó eclipsando el foro internacional y lo mismo sucedió dos años después cuando sus compatriotas comprobaron in situ cómo le sentaba la ropa de civil a su líder. Una vez abierta la veda, en adelante el comandante también se permitió vestir sastre y corbata para las grandes ocasiones como recepciones con su Santidad el Papa. Y el estilismo formal revelaba gustos refinados adquiridos en su vida prerrevolucionaria…

En sus años en la universidad, a la gente de izquierdas le llamaba la atención ese ambicioso y enérgico bachiller del mejor centro educativo de Cuba, más bien estirado y vestido con trajes y corbatas azules o colores oscuros. Aquel muchacho era consciente de lo que sugerían sus pintas y educación jesuita en la mayoría de sus compañeros: “Debían pensar que era hijo de un terrateniente y graduado en el colegio de Belén, la cosa más reaccionaria del mundo”. Así que para el asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro ya había aprendido el lenguaje de la ropa y todos sus hombres recurrieron a los uniformes amarillos con grados de sargento de la guardia rural batista. El disfraz lo habían copiado del de uno de los soldados infiltrados y el único detalle que les servía para identificarse entre ellos era el calzado de caña baja y el tipo de arma. El intento de golpe de estado fracasó y lo obligó a cumplir condena. Y pese a que se convenció de su destino con un memorable “la historia me absolverá”, volvió a hacer uso del poder de la imagen al tratar de defenderse en el juicio enfundado con una toga.

Junto al verde olivo y los puros, otro de los mayores distintivos estéticos de la lucha cubana ha sido la barba de los guerrilleros de Sierra Maestra. Por eso, no es de extrañar que la CIA, entre las más de seiscientas conspiraciones fallidas para acabar con el dirigente comunista, urdiera un plan para dejarlo imberbe. Hoy, la barba icónica con la que Fidel Castro sustituyó al comienzo de la Revolución a su bigotillo de hombre recién crecido, después de tantas décadas en el poder, se había tornado gris y rala. No obstante, el aderezo seguía conservando todo su interés político. “Mi barba significa muchas cosas para mí país. Cuando hayamos cumplido nuestra promesa de un buen gobierno, me afeitaré la barba”, garantizó…

No pudo ser. Con 90 años, Fidel Castro parte barbudo hacia la posteridad.

perfil publicado en Espejo de Marx,
¿la izquierda no puede vestir bien? (Península, 2014)

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