Ha rechazado cualquier ornamento ostentoso, manteniendo su sencilla sotana blanca y su cruz de hierro como símbolos de la austeridad que desea para la Iglesia del siglo XXI. Tampoco se ha calzado los mocasines «rojos como la sangre de Cristo» que convirtieron a su antecesor, Benedicto XVI, en el hombre con los pies mejor vestidos. Por eso ayer, llamó especialmente la atención que Francisco luciera, a modo de pendiente, un rosario con detalles de oro. El Papa tardó unos segundos en retirarse el nuevo accesorio y es que ni siquiera él mismo se había dado cuenta que lo llevaba. Un peregrino entusiasta lanzó el obsequió con tan buena puntería que fue a parar a la oreja del Pontífice. Una señal más para demostrar que, por fin, un líder de la Iglesia empieza a escuchar al pueblo.