En su visita a Inlgaterra, el presidente francés volvió a dar muestras de su efecto embriagador. Y esta vez no me refiero a su encanto con las más bellas mujeres, no. Os hablo del otro efecto Hollande por el que las corbatas de sus interlocutores se contagian de la característica torcedura de su lazo azul marino. Ayer le tocó el turno a David Cameron. Y eso que, a diferencia de otros mandatarios europeos y españoles, es complicado cazar al primer ministro británico con el accesorio masculino por excelencia mal colocado ya que su secretaria se encarga personalmente de que no ocurra. En fin, el encanto de Hollande es igual de efectivo con las mujeres como con las corbatas de sus homólogos.