La dislexia provoca que toda funcional brújula del siglo XXI (móvil) se convierta en un trasto inútil entre mis manos. Todavía paseo por mi ciudad a trompicones, avisando a los que pacientemente me aguardan con mensajes de “SOS, no sé dónde estoy”. Por suerte, la gente que me tropiezo por la senda de la desorientación suele ser amabilísima y se entretiene en indicarme con dilatada precisión -no me mandan seguir el camino de las baldosas amarillas, pero casi-. “La siguiente es el carrer dels petons pero ya verás que no tiene salida (…)”, me advirtió hace un par de semanas un atento barrendero. Tras despedirme de mi oráculo, me planté (obviamente) en tan sugerente callejuela… SEGUIR LEYENDO