Debido a mi fuerte alergia a los ácaros, prefiero pasar la aspiradora. Porque el barrer no resulta tan efectivo: siempre queda el rastro de lo recogido. Y mira que es fácil de comprobar; pasas el algodón y si aún se adhiere porquería es porque la fórmula no es la adecuada.
Es decir, si 100 años después aún hay que que recurrir a la escoba de Lenin es porque la limpieza bolchevique no sólo no resolvió el problema de la alta suciedad sino que acabó esparciendo más mierda. Pero por lo menos, aquella buena o mala idea (júzguela cada cual) en 1917 todavía tenía cabida por original (por eso y porque Lenin estéticamente era más trotskista que estalinista: vestía tres piezas, aguja de corbata y se aseguraba de cambiar el sombrero de copa burgués por la gorra obrera cada vez que regresaba de Europa). Así que la imagen de la mujer que ha sustituido al líder ruso en el cartel de la CUP -con jeans, camiseta y pañuelo en la cabeza, convencida de que le va a caer alguna mota de polvo- resulta demasiado trasnochada para esta formación de izquierdas. No sólo porque hayan tropezado en el tópico de la Kelly (podían haber incluido a un ejército de limpiadores conformado por un grupo social más amplio: hombres, mujeres, ancianos y niños), sino porque la protagonista en vez de ir armada con una escoba debería disparar con Kh-7 -acaba con la roña (corrupción) más incrustada en cualquier tipo de superficie (territorio catalán o español). SEGUIR LEYENDO