«Séptima vez que Letizia luce este vestido rojo de Felipe Varela», se queja la prensa hoy. Porque pese a que la princesa de Asturias cambió los accesorios (cinturón y zapato de pitón de Carolina Herrera) y se cortó la melena para acompañarlo, el modelo sigue siendo el mismo y eso parece que en este país, aún con la crisis, es un pecado. Lo extraño es que el reproche estilístico se extiende también a la reina, pero por el motivo contrario. Doña Sofía estrenó ayer, con motivo de los Premios Nacionales del Deporte, un vestido camisero de lana azul marino de Óscar de la Renta (con el que coincidió la semana pasa en Nueva York), a la venta en la web del diseñador y que tiene un precio actual de 1.100 euros (frente a los 1.838 euros que costaba). Algunos periodistas, creo que confundiendo el precio en dólares con euros, han puesto el grito en el cielo. En serio, ¿cuánto creen que cuesta cada uno de los trajes que visten el príncipe y el rey?
Quien lo desee, puede criticar y disparar en el permanente debate de si es apropiado financiar una monarquía. Pero, una vez que la Casa Real recibe su asignación, es totalmente estéril debatir cómo se lo gastan. Si Sofía se arruina comprando vestidos de alta costura (que no ha sido el caso), pues muy bien, ¿no? Ojalá un poco de alta costura en una casa real.