Salía de los cines Texas. Era un domingo, media tarde y el sol invitaba a quedarse a disfrutar del resto de la jornada en la calle. En una plaza de Gràcia, casualmente la de la Revolució, me topé con Jordi Cuixart. Él no me vio, y tampoco me hubiera reconocido. E hice lo que suelo hacer si me cruzo en mi camino a algún líder: observar desde la distancia para comprobar cómo actúan cuando creen que nadie los ve… La estampa me atrapó enseguida. Lo acompañaba una preciosa y atractiva mujer morena -me pareció mucho más joven que el presidente de Òmnium- que conducía un carrito de bebé. Charlaban de pie con otra pareja y sonreían. Los envidié porque desgraciadamente no resulta tan usual ver a alguien tan feliz y comprometido. Y confirmé mis sospechas… Jordi Cuixart es un buen hombre. SEGUIR LEYENDO