Blanco y negro. No se equivoquen, no es casual. El encuentro entre Benedicto XVI y Fidel Castro me alivia: por fin dos mandatarios de 2012 se definen y no se avergüenzan al manifestarlo. Cada cuál se conoce y sabe de las costumbres del otro, pero se saludan y se reconocen por su estética. No tengo más qué decir. Para unos, un ángel, para otros, el demonio, pero por lo menos nos permiten identificarlos.