Algunos -los mismos que no entienden que la elegancia es sencillez- señalaron que el espectacular vestido de novia de Alta Costura de Givenchy era excesivamente sobrio para «una princesa».
Otros (los que no entienden que una mujer puede valerse por si sola) criticaron que la novia del príncipe Harry se atreviera a dar unos pasos hacia el altar ella sola (sin padre, padrino, protector que entregara su mano). Por el contrario, hubo a quien le decepcionó que Meghan Markle accediera a mitad de camino a cogerse del brazo de su futuro suegro para encontrarse con su amado (a ver, será feminista y muy moderna pero deja su trabajo para casarse con un príncipe y entrar a formar parte de una institución anacrónica… ¿hola?). La aparición de dos mechones sueltos en el rostro de la actriz al optar por un moño desecho casi se vivió como una tragedia. También molestó que la madre de la protagonista de Suits no se deshiciera de su piercing ni se alisara el pelo para tal acontecimiento (les faltó decir que no entendían cómo esa mujer no se había blanqueado la piel para presentarse ante Isabel II). Y, por supuesto, aunque la mayoría nos emocionamos con las palabras del predicador («El amor es fuerza, el amor cura cuando nada más lo hace. El amor es poder. Ama a Dios, ama a tu vecino y ámate a ti mismo. La gran enseñanza y revolución de Jesús fue esa: ámense. Ese el poder que cambia el mundo»); a muchos les pareció excesivo por recordarles demasiado a un discurso de Martin Luther King… SEGUIR LEYENDO