«Sabía que jamás sería reina. Nadie me lo dijo, pero yo lo presentía»,
Diana Spencer
Si Carlos de Inglaterra hubiera tenido el valor de Eduardo VIII y hubiera renunciado al trono (al que aún no ha llegado casi septuagenario) por amor a Camila (de la que sigue perdidamente enamorado y, desde hace 12 años, felizmente casado), el cuento hubiera sido muy distinto. Como explicó Diana Spencer en una entrevista a la BBC, que le costó su expulsión oficial de la familia real y el divorcio (libertad), la eligieron a ella como la virgen para el sacrificio. Pero pese a la timidez y aparente vulnerabilidad de aquella profesora de guardería a los que todos vieron como una niñita perfecta para manipular, Diana Spencer se hizo fuerte y acabó modernizando (humanizando) a la corona británica y al resto de monarquías europeas. Para una institución anacrónica, el veneno del cambio era un antídoto a corto plazo pero una condena a largo plazo… En el 20 aniversario de su trágica muerte, aquí va una breve lista del uso que Lady Di hizo de su imagen como princesa de Gales y, luego, como princesa del pueblo.
Cabizbaja Bajaba la cabeza y la barbilla y levantaba su mirada tímidamente cuando alguien la reclamaba. Al principio aquel ademán se antojó como una postura asustadiza propio de la juventud, inexperiencia y ruido mediático creado. Pero poco a poco, Diana se dio cuenta que aquel gesto de sutil flirteo y seducción femenina (el hombre considera que la dama está en apuros y debe defenderla y protegerla, mientras que el resto de hembras también se compadecen de la mujer débil y humillada) conseguía cosas extraordinarias y jamás, pese a que su autoestima se reforzara, dejó de ponerlo en práctica. En la famosa entrevista concedida a una televisión en la que reveló que su matrimonio era una farsa, abusó de ese gesto. Aunque llevara razón, su objetivo era demonizar a Carlos y Camila y presentarse ella como una víctima para que el pueblo se pusiera de su parte (cosa que logró con creces).
Escandalizar a su familia política Cuando se anunció su compromiso con el príncipe Carlos tuvo que ir de compras porque en su armario sólo tenía tres vestidos colgados. A sus 19 años, a Diana Spencer no le preocupaba nada su aspecto. Además, eran los años 80 y la moda occidental se había olvidado de aportar elegancia, sofisticación y dignidad. Los primeros años de Diana como princesa fueron un despropósito estilístico, aunque precisamente por eso mismo representaba tan bien a cualquier sosa, cetrina y pueblerina fémina inglesa. Sin embargo, su belleza natural (rubia y ojos azules) ayudaban a que se la advirtiera como una tímida maestra de guardería a punto de transformarse en una princesa de cuento (alguna madrina debía ayudar a aquella muchacha). Su pomposo y recargado vestido de novia de mangas abullonadas imposibles, confeccionado por los diseñadores británicos Elizabeth y David Emanuel, fue el más imitado en los años 80.
Por suerte, Diana descubrió pronto que la moda como lenguaje podía resultar una sutil venganza al menosprecio que mostraba toda la familia real hacia su persona. En su primer evento oficial nocturno se presentó con un ceñido vestido de tafetán negro palabra de honor. Su marido le pidió que se cambiara inmediatamente porque aquellas ropas, escotadas y oscuras, no eran protocolarias. Diana no cedió y acudió a la cita, donde se encontraba la princesa Grace de Mónaco, con aquel vestido. Obviamente, desde entonces y sin excepción, siempre más sería el centro de atención (algo que procuraba grandes discusiones con su envidioso marido. «Debería haberme casado con dos mujeres, así ellas podrían ir saludándoles por los extremos y yo, en el centro, seguir avanzando», dijo Carlos de Inglaterra en una ocasión visiblemente molesto cuando el público lo apartó porque «no podían ver a Diana»).
El corte Diana Conforme asumía que jamás podría enamorar a Carlos porque existía Camila y que la bulimia lo único que conseguiría sería acabar con su propia vida, Diana empezó a dedicarse a ella y buscar su propia felicidad lejos de palacio. Como auguró Chanel -«Una mujer que se corta el pelo está a punto de cambiar su vida«-, la aún entonces princesa confesó que dejó atrás su matrimonio el día que se cortó el cabello (un poco más). Fue entonces cuando nació el icono…
Saludar sin guantes y caminar entre minas Se vistió de los mejores diseñadores y, más que inglesa, parecía la primera dama de Francia o Italia. Vestidos ceñidos, trajes chaqueta, minifaldas, y su sempiterno tacón de 4cm… Comprendió que la sencillez era sinónimo de sofisticación, y ya fuera en una cena de lujo o visitando un país del tercer mundo, destacaba su estilo clásico y atemporal. Personalmente me encantaba que fuera de las pocas mujeres en el mundo que entendía que con una petite robe noire hay que llevar media (no panty) negro (si es verano, panty de cristal negro). Con los niños y los enfermos, procuraba utilizar colores y estampados animados, así como grandes joyas para reclamar la atención de los más pequeños. Se deshizo de los sombreros de su familia política, los odiaba (a los primeros y a los segundos); y también de los guantes. La primera vez que saludó públicamente a un enfermo de sida lo hizo, deliberadamente, con la mano descubierta. Por aquel entonces, cuando el VIH aún era un tabú, el gesto ayudó tímidamente a no seguir estigmatizando a los enfermos.
Sabía la gran repercusión mediática que despertaba y quiso aprovecharlo para aportar su granito de arenas en diferentes causas y organizaciones benéficas. Nada aprensiva, a Lady Di no le importaba observar, acariciar y atender las heridas físicas y mentales provocadas por la guerra, pobreza y hambruna en el mundo. Aunque a veces las revistas del corazón la presentaran como una figura pública frívola y superflua, fue pionera en denunciar el uso de minas anti persona. Su imagen caminando entre un campo minado dio la vuelta al mundo, y aunque no agradó nada al gobierno conservador británico (la intentaron ridiculizar refiriéndose a ella como «bala perdida»), logró que la mayoría de países dejaran de emplearlas.
Su venganza después de muerta… Como las masas culpabilizaron a los medios de comunicación del accidente de tráfico de Diana, la prensa apuntó a la familia real británica para sacarse a la muerta de encima. Enseguida la estrategia de los editores de diarios resultó efectiva: la frialdad de Isabel II fue duramente condenada por la opinión pública. El hermetismo real que durante décadas se había advertido como baluarte del protocolo y la tradición inglesa, con la muerte de Diana pasó a advertirse como una prueba de falta de empatía con el duelo del pueblo británico. Y aunque los primeros días de luto por la muerte de Lady Di la reina se mantuvo firme («nosotros no tenemos sentimientos»), al final, alertada de que si la falta de afección seguía creciendo sería el fin de su reinado, acabó cediendo. Diana Spencer acababa de ganarle la guerra a su familia política. Se izó la bandera de UK a media hasta sobre Buckingham Palace (antes sólo la enseña monárquica se colgaba para indicar si la reina estaba dentro de Palacio); por primera vez en 50 años, la reina se dirigió en directo por televisión a su pueblo; el féretro de Diana, que ya no era miembro real, se cubrió con la enseña de la monarquía británica; dos millones de personas y treinta y cinco mil policías asistieron al funeral multitudinario en memoria de la princesa; el primer ministro británico Tony Blair la bautizó como «la princesa del pueblo»; y, lo más impactante, Isabel II bajó a la puertas de palacio para ver pasar el cortejo fúnebre de su ex nuera y ante ella la reina inclinó la cabeza (respeto/sumisión).