Jamás he entrado en la tienda de Chanel de passeig de Gràcia y dudo que lo haga nunca. Aquella tienda vacía y fría, con un hombre de seguridad con cara de «sólo queremos turistas japoneses, rusos o árabes con cash«, puede que tenga algo que ver. En cambio, en la maison de París me paseo como un chien. No es que adquiera nada -no me lo puedo permitir y si pudiera me decantaría por un vestido vintage de mademoiselle Coco que tengo ya localizado en el Palais Royal y no por uno del kaiser (Karl Lagerfield)-, sólo lo hago por el placer que concede mirar lo bello y etéreo. SEGUIR LEYENDO