La mezquindad es más asquerosa que olerse el sobaco. Lo afirmo tras escuchar las palabras que Xavier Albiol, al más puro estilo Donald Trump, empleó ayer para desacreditar el pacto entre Carles Puigdemont y la CUP: “Con los radicales, aquellos que se huelen los sobacos después de asistir al Parlament y luego se chupan el dedo”. El líder del PPC se refería a un vídeo en el que Anna Gabriel, al levantarse de su escaño en el Parlament, se toca la axila y se huele la mano. Un gesto que cívicamente jamás recibirá mi comprensión ni solidaridad; no sólo por la falta de respeto hacia la institución, más bien por facilitar argumentos a la derecha rancia de este país para que siga acusando a la izquierda de «sucia y guarra». Ahora bien, alguien como Albiol que pertenece a un partido apestado por la corrupción pocas clases de elegancia, moral y ética puede dar. Además, tampoco le he escuchado ningún reproche a la actitud de su compañera #yosoylalevy (mascando chicle y échandose la siesta en su escaño).
És el parlament de Catalunya no GH #respect #anticuqui #aixonialatribu pic.twitter.com/jmQfPJCxTl
— Patrycia Centeno (@PoliticayModa) 7 de octubre de 2016
Y más repugnancia que las palabras de Albiol, provocan las mofas cómplices de su compañeros cuando las pronunció. Esas risas exageradas de algunos, nada sinceras, que se fabrican para evitar la culpa («yo nunca lo he hecho»). Porque en el deseo de humillar al otro (no criticar para obtener un cambio, sólo ridiculizar para debilitarlo), de apuntar al otro con el dedo, siempre se esconde el fustigue personal. Y no quiero imaginar lo que esa clase de gente hace cuando no los vemos… Porque ya por las pintas, me huelen a lo peor: a mezquindad.