“No se puede negociar con la pistola del separatismo encima de la mesa. No lo hicimos con ETA y aquellas pistolas mataban…”. ¡Pim! Alberto Núñez Feijoo, para ser gallego, apuntó convencido: mirada al infinito y pertinente negación con la cabeza para sentenciar la imposibilidad. Pero cuando se volvió a buscar el rostro cómplice de su interlocutora, la periodista Pepa Bueno que lo entrevistaba en el interior de un coche el pasado jueves, reparó en la barbaridad (flaqueza moral: intelectual y emocional) que acababa de verbalizar públicamente.
Para restablecerse de aquella lamentable comparación, el presidente de la Xunta procedió a recolocarse las gafas (comprobar que la visión del mundo seguía siendo la correcta, como si eso pudiera darse) y aplaudió las propuestas descafeinadas sobre el soberanismo en Euskadi que Urkullu ha planteado estratégicamente durante la campaña del 25S para diferenciarse electoralmente de Bildu. Feijoo recurrió al lehendakari en un intento por demostrar que, aunque no comparta su opinión sobre España, respeta al PNV porque ellos son “sensatos” y cumplen con las reglas del juego (sus reglas). Aquel viejo mito de que todas las ideas y sentimientos tienen cabida en democracia… Todas hasta que la periodista entró a matar y le disparó conceptos como “Catalunya”, “independencia”, “Puigdemont” o “Estatut”. ¡Pam!
Y fue muy curiosa la reacción de pánico (debilidad) corporal del presidente gallego al incidir en la cuestión catalana (más cuando tan sólo dos minutos antes habían tratado un asunto mucho más delicado para el popular —su viaje en yate con un narcotraficante— sin ni siquiera inmutarse). De repente, Feijoo empezó a intentar liberarse de una especie de soga al cuello (y eso que no lucía corbata y llevaba un botón desabrochado), estiró la correa del cinturón de seguridad que, justo en ese preciso instante, le oprimía el pecho y se llevó la mano al sobaco para constatar la deshidratación y desgaste enérgico sufrido. ¡Pum!
Sin querer, la inquietud de su cuerpo acababa de revelar que las movilizaciones independentistas, precisamente por ser pacíficas, es lo que más le aterra. Sin querer, la convulsión de su cuerpo confirmó que el derecho a la autodeterminación de un pueblo es una amenaza real para el Estado. Sin querer, el nerviosismo corporal del hoy «hombre fuerte del PP» acababa de regalarle legitimidad, credibilidad y salud al procés. ¡Pim, pam, pum!