Una de las cosas que más me preocupan del actual president de la Generalitat -incluso más que esa camisa de motitas/manchas que luce en las fechas impares (fíjense)- es su aparente estado de deshidratación constante. El día de su investidura, el primer gesto que le dedicó a la audiencia (parlamentaria y televisiva) fue el de beber agua. Como acababa de abandonar su escaño, descarté que precisara satisfacer su sed. Puigdemont se refrescó con encantadora parsimonia (recrearse en una acción=chulería=aquí estoy yo=préstenme atención). Aquella muestra que le supuse de carácter al convergente se desvaneció a los pocos minutos: el pobre hombre sufría un ataque de pánico (normal dada la tesitura). Cuando nos alteramos, el cuerpo gasta inútilmente energía y, en consecuencia, sudamos (nos deshidratamos). Nuestro cerebro, con tal de serenarnos, nos manda un mensaje claro: bebe (hidrátate), recupérate, tranquilízate. Be water, my president. Y el sustituo de Mas, aquel día, debió ingerir como unos ocho litros de H2O…
En su primera entrevista televisada en TV3 como president de la Generalitat, un vaso reposaba y compartía protagonismo en el plano. Normalmente se trata de un elemento más del atrezzo. Porque a un líder político jamás se le recomienda que beba en público (a excepción de actos informales). ¿Es una estupidez? Tal vez, pero a no ser por causa de fuerza mayor (se atraganta… vean la mala leche del titular: «el president se atraganta al hablar de…») o enfermedad (¿quién quiere a un líder débil y enfermo?) se evita. Otra cosa es mojarse los labios si se intuye que la boca se reseca (efecto alpargata) de tanto hablar, pero esto sólo se tolera en conferencias o discursos que duren más de 30 minutos (antes no es necesario porque el cuerpo resiste y se antojará como una señal inequívoca de nerviosismo y debilidad). Para prueba, las críticas que recibió Marco Rubio (y que aún hoy le persiguen) por alcanzar y beber de una botella de agua durante su réplica a Obama en el discurso sobre el Estado de la Unión (el titular más suave que le dedicaron: «Rubio se ahoga en un vaso de agua»). Pero volvamos a la entrevista en la televisión pública catalana. Como el resto de la escenografía (ese horrible sillón de escay naranja) echaba pa atrás, la que escribe clavó su mirada en aquel adecuado recipiente de vidrio para el agua. A los cinco minutos (5.54 para ser exactos), Carles Puigdemont perdió el contacto visual (sinceridad) con la entrevistadora para girarse y coger el vaso. La pregunta que Mónica Terribas (la entrevistadora) le acababa de formular no parecía complicada: «¿Qué les ha dicho a sus consellers en su primera reunión?». Sin embargo, por alguna razón, al president la cuestión se le antojó complicada (aprieta los labios= no quiero revelarte nada). No obstante, tardó en sorber. Antes estuvo jugueteando durante toda su respuesta con el vaso: aquella escena era más propia de un coqueteo (diplomático o sentimental) en el Dry Martini que de un president en el Palau de la Generalitat. El programa duró una hora y veinte minutos y la acción se repitió en diversas ocasiones… Pero era su primera vez y los nervios podían haberle jugado una mala pasada (me callé y esperé).
Si bien, en cada una de sus intervenciones en el parlament, el vaso (la copa, el beber) le sirve de escudo (mitiga su pavor escénico, como lo hace el bolígrafo en los podemitas). Cuanto mayor es el tamaño del objeto de alivio, más visual y más perceptible. Además, lo que entorpece el mensaje no es sólo el elemento -aunque se agradece que sea de cristal (calidad, sostenibilidad) y transparente (que se vea que es agua)-, ni siquiera la acción (tragar); más bien el deje, el posado, el gesto que adopta de tabernero. Y el acabose llegó el pasado martes durante la rueda de prensa con motivo de sus 100 días como jefe del gobierno catalán.
Nada más llegar al atril, Puigdemont coloca y ordena sus documentos. Como los fotógrafos siguen retratándolo, intenta combatir su incomodidad con el agua (pregunta para protocolo de la Generalitat: ¿dónde han visto ustedes que en una rueda de prensa institucional de un líder internacional aparezca un vaso (copa, botella…) a la vista?). Aparta el protector del vaso (duda dónde dejarlo; otro gran fallo de los responsables de protocolo), pilla la copa (como quien toma un cubata o una birra) con una mano y la otra la introduce en el bolsillo del pantalón… Se coloca de perfil (le falta la barra), toma un trago (largo y deja la copa vacía), se enjuaga la boca (arghhhhhh) y se humedece los labios (arghhhhhh).La escena ya no es propia del Dry Martini, más bien de cuarentón recién divorciado frustrado que cierra el Sutton (la iluminación psicodélica de la sala también influye en esta percepción). Le añaden una tapita de jamón y unas olivillas, y el Bertín Osborne catalán.
Pero para mi sorpresa, la cosa no acabó ahí… A los 40 minutos, entre risas de los asistentes, el president pide «una mica més d’aigua» y alza la copa para que los de protocolo se den cuenta de que está vacía. En el minuto 51.11, una Mano anónima de mujer (no descarto que fuera la de la familia Addams) se cuela en el plano (dentro de la chapuza protocolaria, hubiera sido más correcto que esa persona apareciera en escena y sirviera agua al president para que este pudiera concentrarse en lo realmente importante: ¡comunicar!) para entregarle a Puigdemont un botellín de agua de plástico con la etiqueta (menos mal que no era de Eden…). El ex alcalde de Girona, sin interrumpir la rueda de prensa, toma el botellín (el envase no podía ser más feo) y se sirve. Como no sabe dónde depositar la botella, la sostiene con una mano y con la otra coge la copa. Pero cae en la cuenta de que no va a poder pasar las hojas de su discurso (momento en que yo ya no sé si reír o llorar… Efectivamente, opto por #hiperventilar). Sigue hablando y gesticulando con las dos manos ocupadas (sin querer, esa escena acaba de convertirse en un homenaje a Tip y Coll). Deja el envase en el sitio que ocupaba la copa y al pronunciar «la lluïta contra la corrupció», bebe (traga) como si no hubiera un mañana (las siglas de CDC pesan mucho en este sentido). Después, Puigdemont decide posar la copa en su sitio pero la botella no encuentra lugar… Al cabo de un par de minutos más, se cansa de la botellita y necesita desprenderse de ella: logra apoyarla, tumbada, en el facistol. Por fin, Mano se cuela de nuevo en el plano y recoge la botella (el presidente la vacía antes en la copa; nunca se sabe cuándo le permitirán a uno poder hidratarse…).
PD. Bien. Como el miércoles se reunía con el presidente del gobierno español, decidí olvidarme del tema y descolgué este post: total, seguro que pronto surgiría una nueva oportunidad para recuperar el tema. Y efectivamente… Rueda de prensa de Carles Puigdemont desde el centro cultural Blanquerna para valorar su encuentro con Rajoy: atril de metacrilato (muy design pero nada recomendable: se quedan todas las huellas) y en la bandeja inferior, dos botellines de agua de plástico cutres, pero sin etiqueta, junto a una copa de agua… Apago el televisor. Por hoy ya he tenido suficiente ingesta. #hiperventilando