Si hace unos días, la comparecencia del líder de IU ataviado con un pañuelo palestino nos dio la oportunidad de escribir sobre este accesorio, hoy, a raíz de otra imagen protagonizada por Cayo Lara, me gustaría reflexionar sobre los símbolos y su credibilidad. Si el lunes Lara portaba su kuffiya echado sobre los hombros para denunciar ante los medios de comunicación»el genocidido» de Israel sobre Gaza, el martes desapareció el pañuelo ( no llevaba su reivindicación). Tampoco se lo colgó el miércoles ni el jueves. Incluso ayer, al inicio de su reunión con el embajador de Palestina en España tampoco se le vio adornado con él. Pero minutos más tarde, cuando volvía a aparecer ante las cámaras para dar cuenta de su encuentro, el palestino regresó a sus hombros…
No dudo de los ideales de Cayo Lara, pero sí es cierto que este «juego del pañuelo» resulta desconcertante y puede llegar a considerarse un gesto indumentario poco honesto. Y es que el grado de interés y compromiso de un líder en la defensa de una cultura o etnia se percibe según si el atuendo se debe a una elección fiel -a lo largo de su trayectoria (aquí, el conflicto) casi siempre se le ha distinguido por este tipo de vestimenta- o si, por el contrario, se trata de una utilización pasajera puntual -solo para hacerse la foto, alcanzar o asumir el poder- propia de demagogos (o «populistas», aunque prefiero no usar este segundo concepto). Otro señal de complicidad se da en el nivel de exotismo de la indumentaria en cuestión. Es decir, mientras un estilismo completo suele indicar que la persona está totalmente implicada en subrayar sus intereses contraculturales , el individuo vestido de modo convencional y que solo acepta pequeños accesorios demuestra una sensibilidad claramente inferior.
Por supuesto, y antes de que me presentéis una larga lista de ellos, todos conocemos líderes que aún cumpliendo estas reglas indumentarias de fraternidad con el símbolo, pertenecerían al grupo de «populistas». Sin embargo, en todos ellos (desde Chávez a Gadafi, pasando por Stalin) otras incoherencias en su lenguaje del vestir siempre acaban delatando la falsedad de su imagen. Y es que resulta mil veces más complicado mentir con la ropa y la comunicación no verbal que con la palabra.