Otra vez, el aspecto de un candidato centra el debate político. Pedro Sánchez, apodado «el guapo», ha recibido los mismos ataques injustificados que otros representantes públicos por el hecho de haber sido bendecido con un físico agraciado. Y como en todos los demás casos, resulta curioso observar que los comentarios más maliciosos provengan de sus propios compañeros de partido. ¿La belleza está reñida con el liderazgo o es que la envidia también afecta a la casta política? BSO Que se mueran los feos
Recuerdo un estudio que se hizo con bebés que demostraba que los recién nacidos, a pocas horas de llegar al mundo, ya se sentían más atraídos por los rostros que su entorno (sociedad) inmediato consideraba bellos. Y aunque sepamos que la belleza es algo totalmente subjetivo, es cierto que la energía (seguridad) que desprende el que se considera bello es mágica y hace guapo al más feo. No obstante, en determinadas situaciones el atractivo puede llegar a resultar perjudicial. Y por la cantidad de descalificaciones que en política se han oído siempre del que luce con encanto (y
me remonto a la Grecia de los sofistas), cualquier diría que la gobernabilidad de un territorio sea incompatible con la belleza de su líder. Así que aunque los prejuicios sean políticamente incorrectos (rubia, tonta; guapa, tonta; presumido, tonto; sonriente, tonto…), al final son los que nos guían. En la carrera por representar a los socialistas galos en las presidenciales de 2007, los aspirantes masculinos no dudaron en tratar de desacreditar a Ségolène Royal basándose únicamente en su apariencia: «Las presidenciales no son un concurso de belleza» y «no podemos reducir las elecciones a una pugna por ver quien lleva el mejor look». Edu Madina, hastiado lógicamente de que le recuerden el sex appeal de su rival y, todavía peor, de que le recriminen la ausencia de toda sensualidad en su ser (consejo gratis: debería dejar de vestir como un adolescente. Se puede ser moderno y jovial sin parecer Daniel el travieso en plena pubertad), no debe caer en el mismo error que sus camaradas galos cometieron con la actual ministra de ecología de François Hollande (una bestia que de tanto andar con bellas dejó de comer chocolate para instalarse en el Elíseo).
En Chile, acusaron a Camila Vallejo de poseer una belleza endemoniada. De Adolfo Suárez se repitió hasta la saciedad (hasta hacerse verdad) que ganó las elecciones gracias al voto femenino. Los responsables de campaña del PSOE, retiraron los carteles electorales de Trinidad Jiménez vestida con una chupa de cuero por considerarla «demasiado guapa». (…)
Demasiado bueno para ser verdad
Dicen que los prejuicios y clichés nacen siempre a causa del miedo y el temor que nos produce lo desconocido. Quizá la intransigencia política con la belleza tenga más que ver con el hecho de que la perfección hace poco creíble al candidato. Por eso, nos hicieron partícipes de que Kennedy tenía una pierna más corta que otra o que Barack Obama tira los calcetines al suelo cuando se mete en la cama. Vamos, una forma sutil de decirnos que pese a la imagen idealizada como presidentes de EEUU, eran de carne y hueso. Y eso que los americanos, norte y sur, como nos llevan años de luz de ventaja en comunicación política no verbal andan ya más acostumbrados a mandatarios de portada de dominical; pero aún así, ¿a quién no le crea desconfianza, en los tiempos que vivimos, algo que reluce en exceso? El presidente mexicano Peña Nieto, con su tipín tan medido, lo tendría complicado en España. Y no es una suposición porque ahí tenemos el ejemplo de lo que le costó llegar a la Generalitat de Catalunya al president Mas. Caricaturizado como el príncipe de Shrek (guapo: malo), el líder de CiU poseía una imagen demasiado americanizada para el electorado catalán; ahora que lleva las gafas y se está quedando calvo, mucho mejor. Por esta regla de tres, pensaréis muchos, Miquel Iceta arrasará en las próximas elecciones. Tampoco es eso, a los de belleza despistada se les exige, por lo menos, unos mínimos de elocuencia y arte en la oratoria (no me preguntéis por el caso de Rajoy, ahí aplicamos otra regla: de lo malo, lo mejor -¿o era lo peor?- ).
Por no alargarme más, no condenemos a la belleza en política. De momento, ya nos han ofrecido mucho más de lo que cabía esperar de la clase política actual;)
¡¡¡Me encantó tu artículo!!! 🙂
A mí los políticos de hoy en día me generan desconfianza, da igual el partido del que sean o si son feos o guapos… al final acaban todos cortados por la misma tijera. Ejem…
Pero he de reconocer que este chico tiene un atractivo que hacía tiempo no se veía en el panorama español. Al menos alegrarnos un poco la vista en tu blog (ya que no podemos disfrutar de «il bello Giorgio») 😛