La lista de reproches al primer ministro turco es interminable. Y ayer, cuando se presentó en Soma donde se localiza la trágica mina en la que han perecido más de 250 hombres, sumó unos cuantos más de golpe. Porque si sus palabras retrataron a un hombre sin respeto alguno por el sufrimiento ajeno-«accidentes como estos ocurren todos los días en todo el mundo», dijo-, su indumentaria, aunque aparentemente pueda antojarse correcta, no arrojaba ningún atisbo de sensibilidad. Solo hace falta repasar la historia reciente de la política y la moda para percatarse de que ante una catástrofe vale más librarse de la distancia que provoca el traje y la corbata y armarse con atavíos más cercanos, más humanos.
Tras el terremoto y el tsunami de 2011, el gobierno japonés se enfundó el mismo azul celeste que identificaba a los trabajadores de socorro. El mensaje estaba claro: «Somos un funcionario más».
En agosto de 2002, los actos previstos de campaña electoral quedaron aparcados cuando el este de Alemania quedó totalmente anegado. Para muchos, las botas de agua y el chubasquero verde que lució el canciller alemán Gerhard Schröder tuvieron mucho que ver con su suerte en los comicios. Hasta que el candidato del SPD no se presentó en la zona devastada sin el tarje de político, en las encuestas aparecía claramente como vencedor el conservador Edmund Stoiber (CDU).
Tal fue la popularidad que alcanzó la hazaña del canciller que pronto muchos decidieron emularla. En 2010, Mariano Rajoy y Javier Arenas se fueron a Jerez para comprobar in situ los daños provocados por las fuertes lluvias. La lección, sin embargo, la aprendió tarde Rajoy: un gesto parecido aunque más perfeccionado quizá hubiera suavizado las feroces y comprensivas críticas que recibió durante la crisis del Prestige.
En 2005, Mª Teresa Fernández de la Vega no estuvo nada acertada al personarse, de noche, en los incendios de Guadalajara en los que murieron 11 personas con un traje sastre claro y un bolso tipo baguette bajo el brazo.
Otro que se cubrió de gloria fue el presidente gallego Alberto Núñez Feijóo al fotografiarse apagando fuegos con una manguera de jardín y un look muy poco creíble para dicha tarea: náuticos en los pies y una impecable camisa clara.
Tras los atentados terroristas del 11-S, George Bush se vistió con ropa informal, para visitar la Zona Cero y expresar su agradecimiento y dolor a los bomberos. En 2005 se sirvió de la misma estrategia con el huracán Katrina. pero pese a que el atavío era correcto -una camisa azul arremangada-, la jugada le salió mal: tras saludar a uno de los damnificados, se limpió la mano en la espalda de Bill Clinton…
A Michelle Bachelet se le reprochó no haberle dado importancia al aviso de tsunami que se originó tras un fuerte seísmo en Chile, no haber sacado antes a las fuerzas militares a la calle para evitar los saqueos y, por supuesto, el uso de joyas en los looks que vistió esos días.
Coincidiendo con la cumbre del G-8 que se celebró en italia en 2009, Silvio Berlusconi recorrió junto a Barack Obama la ciudad de L’Aquila, devastada tras el terremoto. Pero mientras el presidente estadounidense se quitó la americana y se arremangó la camisa, Il Cavaliere se paseó con el traje abrochado y las manos colocadas en la espalda, aparentemente indiferente ante la situación. Y es que el traje oscuro con camisa blanca resulta ideal para sugerir dominio y autoridad, se desaconseja cuando el fin es despertar afecto y afinidad.