Lamentablemente en estas últimas semanas estamos asistiendo con demasiada frecuencia a demasiadas despedidas. La última, la celebrada ayer tras el fallecimiento el domingo del ex presidente Adolfo Suárez. A sabiendas de que el próximo lunes está programado el funeral de Estado en honor a uno de los artífices de la Transición, comentamos algunos despropósitos en protocolo, indumentaria y comunicación no verbal captados en estos tres días de luto oficial y que a nuestros dirigentes les convendría corregir cuanto antes.
1. Previsible. El protocolo de luto, como cualquier otro tipo de protocolo, es y debe ser siempre previsible. Las tradiciones son las que son y hay poco margen para la originalidad o el destaque. De hecho, lo recomendable es pasar inadvertido y que las emociones sean las verdaderas protagonistas, tal y como comentamos hace no mucho. Con todo, el dress code -por lo menos en Occidente- exige teñir la corbata de oscuro (el traje, entre los dirigentes hombres, casi siempre lo es). Sin embargo, en el resto de la comunicación no verbal aplicada a un momento de pérdida-que no se refiera a lenguaje corporal o indumentario- lo previsible puede acabar antojándose «intencionado» en el peor sentido de la palabra. Por ejemplo, el mensaje del rey tras hacerse público el fallecimiento de Suárez era lo que cabía esperar e inconscientemente fue aprobado socialmente. Ahora bien, recurrir (como hace tantas veces en el mensaje de Navidad para destacar un tema de actualidad) a la famosa fotografía de él y Suárez caminando de espaldas y abrazados para ilustrar en el plano su relación con el difunto resulta casi infantil comunicativamente hablando. Hay otros recursos que podrían ser explotados y que aportarían mayor credibilidad al monarca.
2. Respeto. El término es tan complejo que a veces no se sabe bien como enfrentarse a él. Pero ante el féretro de un hombre que hizo de este concepto su bandera, cabía esforzarse. No se entienden entonces las corbatas torcidas de casi la totalidad de los ministros del gobierno al presentarse delante del ataúd de Suárez ni tampoco la minifalda de Ana Mato y Fátima Báñez (el tema del largo de la falda en la vestimenta de luto es demasiado delicado para que dos ministras supuestamente conservadoras se lo salten a la torera. Además, existe la opción de optar por el pantalón, tal y como hicieron maravillosamente bien las hijas del ex presidente). Por otra parte, después de que Gallardón se santiguara ante el féretro, los demás ministros (salvo dos o tres excepciones) empezaron a emularlo pese a que es público y notorio que ellos no comparten las creencias del responsable de justicia. Así, algunos de estos miembros del gobierno han querido justificar su repentino acto de fe explicando que lo hacían por respeto a la religiosidad profesada por Suárez. Otra vez se confundió el significado de la palabra «respeto» y más el respeto que defendió el líder de UCD y CDS: comprender sin imponer. Hubiera bastado con bajar la cabeza levemente.
3. Sonrisas y lágrimas. Muchas veces sucede que en medio de un velatorio se entona una carcajada. Algunos estudios afirman que la risa es, como lo puede ser para otros el llanto, una descarga emocional totalmente necesaria en un momento de dolor. También es cierto que cuando la persona que se va es anciana es más fácil haber asumido su ausencia y la familia y los amigos están dispuestos de una actitud más serena (aunque obviamente la pena se lleve dentro). Las risitas de algunos líderes de la oposición e incluso de los ex presidentes (provocadas sorprendentemente por las gracietas de Aznar) quizás estaría bien disimular. Aznar y González prefirieron corbata lisa y oscura. Zapatero habría estado mejor prescindiendo del dibujo de la suya.
Los más papistas que el papa se lanzaron a criticar la ausencia de lazo en el cuello de Cayo Lara (últimamente ya una costumbre en el líder de IU que celebro), pero nada dijeron sobre el hecho de que Duran i Lleida decidiera buscar entre sus contactos y hacer una llamadita. Teléfonos o Ipads quedan prohibidos en el lugar del velatorio. Si uno no se puede resistir al enganche tecnológico, lo correcto es salir de la sala.
4. Discrección. Recalcamos de nuevo este punto porque hace un par de semanas ya advertimos que la cartera de mano XL de Viri Fernández, esposa de Rajoy, era excesivamente grande para un funeral (en aquella ocasión se celebraba el aniversario del 11M) y también señalamos que no era ni el momento ni el lugar para innovar con el peinado, ya que a la Infanta Elena le dio por imitar el estilo de Yulia Tymoshenko. Pues nada, otra vez los mismos pecados.
5. Ofensa. Algunos acusaron a Artur Mas de instrumentalizar con sus palabras la figura de Adolfo Suárez en pro de sus deseos soberanistas. A otros nos chocó como destacaba su americana gris y su corbata rayada azulada en mitad de un Congreso teñido de luto riguroso.
6. Sentimiento. Creo que uno de los que mejor supo expresar el penar por la pérdida de Suárez fue el príncipe Felipe. No le hizo falta recurrir al discurso verbal, solo con sus gestos consiguió transmitir mucho más que algunos que se esforzaban en aparecer entristecidos frente a la cámara. Lástima que Letizia no comparta ese control de la comunicación no verbal: sus ojos siempre la traicionan.
Tanto los príncipes como la vicepresidenta del gobierno acudieron por la mañana del lunes al funeral en Bilbao de Iñaki Azkuna, el mejor alcalde del mundo. Letizia se protegió de la lluvia con una gabardina negra. S3, como le ocurre también a Mariano Rajoy, no sé aún porque extraña razón prefiere no ser captada con prendas de abrigo. El bolso era excesivo, la chaqueta demasiada larga para su estatura… Bueno, lo de siempre con la vice: el problema de la desproporción.
No puedo encontrar imágenes, pero ayer, cuando se encaminaban todos los políticos hacia plaza Cibeles, me pareció ver que S3 llevaba unos pendientes larguísimos… recuerdo que pensé que estaban de sobra.