Protocolo para la declaración de una infanta

Últimamente la justicia reclama la presencia de numerosos personajes con gran trascendencia pública y mediática. Esta tendencia ha provocado que los grandes bufetes de abogados de nuestro país cada vez requieran más conocimientos de comunicación no verbal, especialmente de lenguaje y expresión corporal pero también de código indumentario, para que sus clientes resulten creíbles de cara a la opinión pública y en vistas a apoyar declaraciones orales y alegatos ante el juez (la justicia será ciega pero el que la aplica, no ). Lógicamente el éxito de la estrategia dependerá de las dotes interpretativas del imputado pero en este caso, el de la infanta Cristina, este aspecto se antoja prácticamente innato en un miembro de la Casa Real. No obstante, como hace unas semanas nos advirtió el presidente Rajoy, ellos también son «seres humanos». Repasamos a continuación aciertos y errores de la llegada de la infanta Cristina a su cita con el juez Castro.

Sonrisa La infanta Cristina ha bajado del coche con la sonrisa dibujada ya en la cara. Es cierto que la hija pequeña del rey, nada más abandonar el vehículo, ha contado con el gesto amable de unas trabajadoras del juzgado que aguardaban expectantes su llegada tras la reja de una ventana, pero ha decidido dedicar la misma expresión «relajada» también ante las cámaras y periodistas acreditados. Daba la impresión de que la infanta en vez de acudir a defenderse fuera a inaugurar algo, porque después de darle la mano a uno de sus letrados que la esperaba en la puerta, se ha dirigido hacia una de las policías que custodiaba la puerta casi esperando que alguien más le diera la bienvenida y le obsequiara con unas flores. Y es que esa sonrisa más que revelar «tranquilidad» lo que revelaba era un deseo de parecer «tranquila» y de que no olvidáramos (ni ella tampoco) que sigue siendo infanta de España. La actitud, por lo tanto, aunque no haya levantado la mano para saludar al aire, se la enseñaron en protocolo ya de bien pequeñita. No obstante, esta vez no era preciso sonreír con la boca para reflejar serenidad, hubiera sido más conveniente preparar una mirada y un gesto consciente (sonreír con los ojos).

Alma blanca, poder oculto y alianza. Si alguien desea buscar serenidad en Cristina la encontramos en la elección de su atavío. Si la  seriedad que requería el momento y la relevancia de su título se hacía patente en la chaqueta de terciopelo negro (color del poder oculto) con botones dorados (símbolo del poder visible), el cuello de la camisa blanca entreveía un alma pura. El pantalón azul  (sin conjuntar con el blazer) le quitaba hierro al asunto (no me he preparado para esto) y el botín con tacón reforzaba su seguridad. Como joyas, únicamente tres pendientes (en una de las orejas lleva un par) y su alianza de oro (compromiso y fidelidad hacia su marido, no va hacer nada que comprometa su matrimonio). El bolso era el modelo Sophia de la firma neoyorkina Coach (valorado en 400 euros).

Paseíllo. Aunque antaño alguien pudo valorar positivamente la bajada de la rampa a pie de Urdangarín, la interpretación, inconscientemente, fue como una especie de penitencia por la que el yerno del rey debía pasar. Además, la imagen de culpabilidad quedó reforzada por su apariencia demacrada y cabizbaja. A sabiendas, los abogados han hecho bien en recomendarle a la infanta que descendiera en coche hasta la puerta del juzgado y ella ha acertado al lucir melena de peluquería y un aspecto saludable.

 

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