Mientras el mundo entero todavía asimila que Irán y EEUU hayan restablecido el contacto tras casi tres décadas de severo distanciamiento, Hasan Rohani fue recibido con división de opiniones en su país tras el diálogo telefónico con Barack Obama (algunos, incluso, le lanzaron zapatos a su coche, máxima ofensa en el mundo árabe). El nuevo presidente iraní -tocado por su barba grisácea, discretas lentes, el turbante blanco y el traje talar de dignatario religioso chií con los anillos representativos- ganó las elecciones con un programa algo más aperturista y conciliador que el de su antecesor. Ahmadineyad, famoso por sus cazadoras caqui que compraba en los mercadillos de la capital a unos cinco euros (las ahmadinejacket) y que, para sus citas más mediáticas internacionales, no le hacía ascos al traje diplomático occidental, provocó el aislamiento del país en sus ocho años de gobierno. Por eso, más allá de temer los atavíos folclóricos y religiosos distintos a los propios, otra vez queda demostrado que el traje sastre capitalista ya no es garantía de paz y sí, desgraciadamente, un eficaz disfraz para dictadores, corruptos y chorizos.