“¿Por qué no empezamos ya? Está su bolso…”, dicen que comentó una vez -y con menos sorna de lo que parece- uno de sus ministros, Nicolas Ridley. Y es que el Asprey (su favorito) oscuro de asa corta era casi un apéndice de la mano dura de Margaret Thatcher. Tampoco se olvidaba jamás del collar de perlas que su marido le regaló al nacer sus hijos. Bien valía lucirlo, le había costado un sombrero. Y es que al inicio de su carrera política, los asesores de imagen -aún menos duchos con el vestir de la mujer política que ahora- le exigieron que se deshiciera de la joya y el tocado. No menos conservador era el azul con el que tiñó todo su guardarropa dando lugar a que rebautizaran el tono como «Thatcher». En toda su carrera política, ni una vez se vistió de rojo. No quiso darle ese placer a los laboristas. Sin embargo, ya retirada, en una reunión con Gordon Brown, la ex primera ministra británica hizo una excepción. ¡Pero nada más lejos de la realidad! Su secretaria lo dejó claro: «El vestido no era rojo, era color cereza». Dama, por los lazos; de Hierro, por todo lo demás (rígidos tejidos, líneas rectas, sobriedad, carácter…). Sin embargo, su influencia en la vestimenta de la mujer política, para bien y para mal, es incuestionable.